Un trance atemporal

Una visión renovada de los solsticios de invierno y verano

La astronomía es parte inherente a la curiosidad del ser humano y, sobretodo, muestra de nuestra incipiente madurez como especie para explicar lo que nos rodea con una cierta veracidad. Pero antiguamente, mirar a las estrellas a la luz del bienaventurado fuego, abría de par en par el imaginario colectivo. En aquella época donde se mezclaba el interés por comprender "las sombras" y el terror por atreverse a comprender "esas sombras", nacen nuestras más maravillosas fábulas, mitos, leyendas que hoy en día viven a sus anchas en nuestra cultura más profunda.

 

Esos dos instantes del año en los que los más avezados fueron conscientes de que el día (la luz del día) duraba más o duraba menos, les sirvió de vara de medir el Ciclo del Todo. Y debíamos de ayudar a que dicho ciclo no cesase jamás,, para que las cosechas volvieran, volviera el calor, volviera a renacer nuestro entorno. Y, cómo no, en nuestro típico egocentrismo humanista, dependía de nosotros. Así que había que portarse bien.

 

Todo esto trajo consigo un sin fin de ritos que, a medida que nuestras deidades han ido evolucionando en nuestro imaginario, han ido añadiendo, quitando, transformando su significado, su alcance y su relevancia.

 

Pero, de nuevo con nuestros aires de grandeza de hombre moderno, no debemos desprestigiar aquellos ritos ya que son reflejo de una realidad que a día de hoy sigue gobernándonos. Y es que si la Tierra sigue girando alrededor del sol, seguirán existiendo esos solsticios y nos anuncian que a partir del solsticio de invierno la vida renace hasta llegar a su máximo apogeo en el solsticio de verano, a partir del cual vuelve a morir para, gracias a los dioses, volverán a triunfar un 21 de diciembre.

 

Aprovecho la oportunidad para dar mi versión musical de un acontecimiento que a mí personalmente, me coloca en el mundo: esta Tierra que gira sin cesar alrededor de su Sol y que a mí me llena de vida.

 

 

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